martes, 31 de mayo de 2011

Tragedia suspendida

El vuelo se hizo difícil e inestable. Pero aún se podría llegar a destino.

- Control A35, aquí vuelo NB7892. Solicitamos permiso de acceso inmediato por emergencia de combustible.



Nada. La torre de control seguía sin contestar.

- "¡Vamos, que es la hora...!"

La aeronave perdía altura rápidamente, casi como si estuviera cayendo en lugar de planeando, y pese a los esfuerzos del piloto la línea del horizonte se elevaba en una vertiginosa ascensión.

- Vuelo NB7892, precisamos confirmación de acceso inmediato...

El silencio de la torre de control preludiaba la tragedia.

- "Si no vienes inmediatamente, te quedas sin consola"

- ¡Ya voy...!

La mano que sostenía el vuelo NB7892 descendió bruscamente y la nave tomó tierra junto al mando de la consola, en una mesa ya atestada de otros muchos juguetes.

- Vuelo NB7892, realizando maniobra de merienda urgente.

Y el niño salió de la habitación mientras la tragedia de su vuelo quedaba suspendida.

- ¡Ya voy, mamá!

martes, 17 de mayo de 2011

Soñar

No conseguía escapar. Notaba mis pies terrible e incomprensiblemente lastrados y pese a todo mi empeño la distancia con mis perseguidores se reducía inexorablemente. Aunque no me atrevía a mirar atrás, ya casi podía sentir su aliento en mi espalda. De pronto noté que me elevaba. Si me esforzaba lo suficiente podía despegarme del suelo en una levitación imposible pero salvadora. Era consciente de que esto ya lo había soñado antes, pero aun así la situación me aterraba, y agité com mayor ahínco pies y manos para ganar unos centímetros más de altura. Era casi como nadar en el aire. Ojalá pudiera despertar...

Entré en mi habitación por la ventana, convencido de que mis perseguidores ya no me encontrarían. Inmediatamente me acosté en la cama deseando dormirme cuanto antes y adentrarme en los sueños para poder escapar, siquiera por un instante, de la extenuante realidad que me envuelve.

lunes, 16 de mayo de 2011

La pareja vital

            Una de las preguntas fundamentales que alguna vez nos hemos hecho todos en algún momento de nuestra adolescencia es ésta: ¿quién será la mujer con la que compartiré el resto de mi vida? Porque en mis años adolescentes teníamos claras algunas cosas, puede que muchas otras no fueran más que un misterio insondable, pero las que teníamos claras eran casi verdades absolutas e inmutables, y una de esas era precisamente la cuestión del emparejamiento, que había de ser eterno, o no sería. Así de simple.

            En aquellos años de mi adolescencia o te enamorabas perdidamente o estabas perdido sin amor. Dicho de otro modo: enamorarse era algo vital e inevitable, como el respirar o el crecer, por eso la angustiosa pregunta no era si encontrarías pareja alguna vez, sino más bien quién sería esa pareja que permanecería a tu lado el resto de tu vida.

            De pronto, un día echabas cuentas, y reparabas en que muy probablemente esa misteriosa y esperada persona ya debía haber nacido. Y muy probablemente tuviera una edad muy cercana a la tuya, año arriba, año abajo. Podría ser cualquiera… Bueno, sí, pero inmediatamente vuelves a traer a tu reflexión el término probablemente, esta vez para descartar a todos los chinos, japoneses y asiáticos, así como en términos generales todas aquellas personas que por razones geográficas y culturales probablemente nunca entren dentro de tu círculo de relaciones con una mínima probabilidad de convertirse en la esperada pareja.

            ¡Vaya! La cuestión entonces podemos reducirla a fijarnos en nuestro entorno. Pues sí. Y ese era precisamente uno de los habituales entretenimientos, a caballo entre la adivinanza especulativa y el deseo inconfesable.

            ¿Será esta? ¿O aquélla?... soñabas bobaliconamente mientras contemplabas a alguna de las muchachas que formaban tu ámbito de relaciones diarias, y que casi invariablemente eran compañeras de clase, o al menos de instituto, las conocieras personalmente o no. Y es que muy raramente entraban en estos ejercicios mentales personas fuera del citado círculo.

            Si alguna vez te atrevías a dar un paso concreto y llevabas el asunto más allá de la mera ensoñación, y por incomprensibles cúmulos de circunstancias y casualidades obtenías el de alguna ellas, y accedía a “salir contigo”, aquella experiencia se convertía en algo sublime y emocionante, y te sentías casi como un intrépido aventurero adentrándose en un territorio desconocido y hermoso, plagado de peligros, por supuesto, pero los cuales no hacían sino aumentar la excitación y el deseo de recorrer ese camino.

            Y en algún punto de ese recorrido, un simple beso… ¡qué digo simple! Ningún beso podía ser una cuestión simple, sino que era un asunto extraordinariamente complejo, lleno de infinitos matices y sutiles intenciones. Un beso, por ejemplo, según sus características o húmedas cualidades, podía señalar el paso del evidente “me gustas” al comprometedor “te quiero”, cuestión nada baladí si tenemos en cuenta que el objetivo último de todos estos juegos adolescentes era encontrar tu pareja vital.

            No es de extrañar, pues, que en más de una ocasión me haya sentido explorando el mismísimo Himalaya espoleado simplemente por la fuerza de unos besos, o aún por la mera expectativa de conseguirlos.

            Los que me conocéis ya podréis suponer que evidentemente fue Loli la ganadora de este juego adivinatorio de la pareja vital, pero lo que sin duda ignoráis es cómo fue nuestro primer encuentro.

            Aunque no me creáis no sonó ninguna música premonitoria de los grandes acontecimientos, del tipo Love Story o cualquier otra romanticona producción cinematográfica. No.

            Ni tan siquiera nuestros movimientos se ralentizaron hasta desarrollarse a cámara lenta. Tampoco.

            Y las primeras palabras que nos cruzamos tampoco son para escribirlas en un album de recuerdos. Que va.

            Lo nuestro fue mucho más profano e insultante, con una actitud y unas palabras más propias de los adolescentes revoltosos, inquietos y en constante ebullición hormonal que realmente éramos, que de los jóvenes precursores de un hermoso futuro que yo soñaba y fingía ser.

            Habíamos terminado la clase de educación física en el gimnasio del instituto, y disponíamos de los escasos quince minutos que se nos concedían para asearnos, y que los chicos preferíamos emplear en acosar la puerta del vestuario de las chicas, con mal disimulados empujones y hasta con descaradas patadas, animados siempre por el masculino desafío de demostrar quién era el más osado del grupo, y con el siempre emocionante objetivo de contemplar cualquier rincón corporal femenino habitualmente oculto por la ropa. Bueno, lo cierto es que bastaba con atisbar durante un microsegundo cualquier prenda íntima genuinamente femenina para vocear y corear nuestro éxito como si hubiéramos culminado la más difícil y arriesgada de las misiones.

            No negaré mi interés y habitual participación en tales esfuerzos por contemplar  los tesoros ocultos tras la puerta del vestuario de las chicas, pero lo cierto es que aquel día mi participación se limitó a lanzar alguna que otra esperanzada mirada al hermético cierre del infranqueable gineceo, y constatar los estériles esfuerzos de mis compañeros ante el firme bloqueo establecido por las chicas. Así que simplemente salí del vestuario de los chicos para dirigirme a clase, y justo en ese momento uno de los masculinos empujones tuvo un inesperado y brevísimo éxito, tal vez propiciado por un momentáneo descuido de las guardianas al otro la do de la puerta, así que ésta por fin se abrió, pero por un espacio de tiempo tan minúsculo que solamente permitió hacer uso de la fantasía para imaginarse lo que tras ella se ocultaba, sin que realmente ninguno llegáramos a tener una visión clara y directa de los tesoros carnales allí confinados. Pese a la brevedad del acontecimiento éste fue motivo suficiente para provocar las dos reacciones más naturales del mundo: los chicos vocearon el éxito de su imaginación, que no de sus ojos, y las chicas gritaron y chillaron como sólo ellas saben y pueden hacerlo en circunstancias tales.

            Y entonces, al mismo tiempo que yo, salió ella. Rubia, delgaducha y engreídamente guapa. Y me dirigió unas palabras… bueno, más bien me las arrojó a la cara, precedidas por la mirada más acusadora y cargada de femenino reproche que ojos tan bellamente azules me dedicaron nunca. Y me dijo:

            − Tú eres imbécil.

            Y todo quedó dicho. Ella se fue y yo me quedé contemplando el orgulloso vaivén de su trasero mientras se alejaba, y me dije:

            − Será muy guapa, pero desde luego pocas probabilidades tiene de algún día ser mi pareja vital.

            Y mentalmente la taché de mi lista personal.



            

martes, 10 de mayo de 2011

De caza

Ayer estuve de caza. Pero al estilo ecológico, que es lo que está de moda: estuve cazando gaviotas con mi cámara fotográfica.


Melilla es una ciudad fantástica. A pocos minutos de tu casa puedes estar enfrascado durante horas en una actividad muy gratificante y divertida: observar animales salvajes y fotografiarlos. Bueno, ya sé que las gaviotas no son buitres leonados o cóndores, pero a mí me da igual. Son realmente unas aves muy hermosas y de una belleza plástica insuperable. Además, como están muy acostumbradas a la presencia humana te puedes acercar muchísimo a ellas, hasta casi tocarlas, circunstancia que los fotógrafos aficionados valoramos enormemente dada la limitación del equipo fotográfico que nos podemos permitir. Eso sí, hay que ser precavidos. En esta época del año están criando, y si te acercas a alguno de los lugares donde están los nidos, no dudan en atacarte, chillarte y hasta rociarte con una generosa ración de detritus.

¿Os gusta la fotografía de animales?  Espero que disfrutéis de esta pequeña muestra de lo que se puede conseguir en nuestra ciudad de Melilla.


martes, 3 de mayo de 2011

Mis mejores modelos


Sin duda, una de las temáticas más recurrentes y repetidas hasta la saciedad en fotografía son las macros de flores. Y no es de extrañar, pues estos seres vivos son los mejores y más pacientes modelos que cualquier fotógrafo pueda soñar, sobre todo para los que como yo hacemos de la fotografía una mera y relajante afición. Basta con elegir un día sin viento si la sesión va a tener lugar en el exterior, práctica que recomiendo muy especialmente si lo que se desea es disfrutar de una actividad pausada y muy gratificante. Y aunque pudiera parecer lo contrario, no siempre es fácil conseguir esa foto ideal que llevas en la cabeza pese a que tu modelo está ahí, quietecito y hasta atado al suelo, sin moverse, pero lo cierto es que pueden ser muchos y largos los minutos que pasarán buscando el encuadre adecuado, la exposición correcta... Al final termino con dolor de espalda y piernas, por las poco saludables posturas que suelo adoptar... Y después de varias decenas y hasta cientos de disparos, finalmente te quedas con dos o tres fotos que realmente te gustan. Como ésta.

domingo, 1 de mayo de 2011

Día de la Madre en el hospital.


           Hay un susurro constante a mi espalda, tan familiar ya, que inconscientemente he dejado de prestarle atención. Es la respiración agitada y fatigosa de Tlaitma, la compañera de habitación de mi madre. Ya casi no habla, solamente su hijo, Mohamed, es capaz de entenderla; está tan débil que sus palabras son apenas un suspiro ininteligible. Muchas noches sustituye el ritmo de su respiración por una llamada igualmente rítimica y constante, incansable y permanente: llama a su madre, en su idioma, en tamazig, “ Inma… inma…”. La última noche estuvo así aproximadamente cinco horas.

            Hace un momento su voz cambió de registro, y me pareció percibir un tono de llamada, así que me volví a mirarla y efectivamente me reclamaba con un débil gesto de la mano y su voz susurrante. Me levanté del sillón y me acerqué a la cama, pensando que tal vez querría cambiar de postura, pues muy a menudo me requiere para tal menester ya que ella se encuentra tan débil que es incapaz tan siquiera de girarse un poco. Mirándola uno comprende el profundo significado de la expresión “postrado en la cama”. Le hago un gesto con el que pretendo preguntarle hacia qué lado desea girarse. Me contesta con un leve movimiento negativo de la cabeza. Con otro gesto pregunto si desea incorporar algo más la cama o bajarla. Esta vez niega con la mano que puede mover, la izquierda. El lado derecho de su cuerpo está paralizado. Me susurra algo con la escasa fuerza de que es capaz y abre mucho los ojos. Sin duda algo quiere de mí, pero no alcanzo a comprender el qué. Resignado despierto a Mohamed que duerme junto a ella (es imposible dormir en estos sillones, pero él lo consigue, creo que aliándose con el cansancio acumulado de incontables noches).

            − Tu madre quiere algo, pero no la entiendo.

            Se incorpora restregándose los ojos e interroga a su madre. Ella contesta, tan débilmente que le obliga a acercarle la cara a escasos centímetros para discernir sus palabras. Finalmente comprende.

            − ¿Qué quiere? − le pregunto.

            Ella me mira. Me mira… ¡y se ríe!. Y es una expresión de felicidad y triunfo la que alcanzo a descubrir en su rostro. Un triunfo que intuyo íntimo e inexplicable.  

            Yo no comprendo… Mohamed se dirige a la puerta.

            − ¿Le pasa algo? – pregunto nuevamente.

            Mohamed sonríe también levemente y contesta:

            − Quiere que te invite a café – y sale de la habitación en busca de la máquina expendedora al final del pasillo.

            Me quedo un poco confuso. No lo esperaba. Ella continúa sonriendo  y mirándome, y ahora percibo más claramente ese aire de triunfo en su sonrisa mientras hace un gesto afirmativo con la cabeza. ¡Pobre de mí! He caído en las redes amorosas de una madre.

            Mi arrogancia de hombre sano me ha hecho suponer que esta persona enferma atrapada en la cama que la consume, únicamente podría requerir mi ayuda, grande o pequeña. Pero ella ha encontrado la manera de ofrecerme algo, de hacerme un pequeño regalo con el que agradecer mis torpes ayudas para moverla. Por eso sonríe. Sabe que me ha sorprendido. Y eso la hace feliz. Ha empleado el arma más poderosa del mundo para dar un pequeño e inesperado giro a nuestra limitada relación: su autoridad de madre, ganada con el amor de años.

            No lo olvidaré. Una madre es capaz de cuidar de ti aun en las más inesperadas e insufribles de las situaciones, aunque sea ofreciéndote un pequeño e insignificante regalo con el que recordarte que, incluso en el límite de la vida, ella está capacitada para amar y cuidar de los otros. Y lo seguirá haciendo hasta su último aliento.

            Gracias, Tlaitma.

Y feliz día de la madre.